Estamos vivos de milagro, pasión o resiliencia argenta

Y podría seguir señalando más versus que a lo largo de la genealogía de los argentinos han signado nuestros tiempos. Se han forjado y echado raíces en el código genético del argentino, de manera tal que seguimos transcurriendo nuestros días con aquellos versus sin límite y sin solución de continuidad; y es más, siempre “abiertos” a generar alguno nuevo y que se vaya acumulando a nuestro derrotero como habitantes de este país.

Este es el relato de una historia real, que surge a partir de mis clases de inglés con un profesor nativo, llamado Andrew, más conocido como Andy, que se le ocurrió venir a la Argentina, casarse con una argentina y tener una pequeña llamada Nina. Ingles de Brighton que se fue a vivir a 11 mil kilómetros de distancia y aterrizo en Palermo.

Y en nuestras numerosas charlas, yo intentando aprender inglés, conversamos al respecto de la pasión que tenemos los argentinos. Andy no logra comprender lo desenfrenado que somos ante numerosos temas, donde metemos apasionamiento por cualquier cuestión que se nos presente a lo largo de un día y “lo hacemos carne” transformándose en una batalla sin precedentes y férrea toma de posición por una cosa u otra, asumimos rápidamente un lado de la historia, de un lado u otro de la vereda; y no somos capaces de reflexionar razonablemente, sin que sea exclusivamente un blanco o negro, y que no puedan surgir una cantidad de matices de grises en el medio.

Pero no, nosotros somos así, no podemos permitirnos un gris, no podemos ni siquiera pensar en una derrota o como mínimo, ceder al otro. Y en el transcurrir de nuestros tiempos siempre fuimos así. Nuestra identidad como argentinos se caracteriza por esa pasión puesta a la orden del día y a un chasquido de dedos. Hay que considerar que Rosas trajo lo suyo y genero un crecimiento agropecuario, y que en el momento adecuado, Urquiza puso institucionalidad a nuestro país, pero esto lamentablemente no alimenta la razonabilidad; y entonces debemos iniciar un debate legislativo, viendo cómo se bautiza a una estación de subte del barrio de Villa Urquiza, con el nombre de Juan Manuel de Rosas. Quizás resulte paradojal. Parece mentira, pero nuestra idiosincrasia no se desvía de un proceso fenomenológico de “versus”, y “meterle pasión” en cada uno de ellos alimenta nuestro ADN.

Pero desgraciadamente ese fenómeno genera divisiones, brechas, grietas o gap (para demostrar que mis clases de inglés están funcionando) que solo obstaculizan nuestro camino de crecimiento y desarrollo, que solo son un freno a nuestra creación de futuro porque aquellos debates “intestinos” son un ralentizador de nuestro andar.

Andy no entiende nuestra “pasión” por cómo se desarrolló el debate del aborto, pañuelos verdes o celestes; o la violencia emergente en el entorno de un clásico de fútbol (Boca-River). No comprende porque seguimos atado a cuestiones pasadas, a una conducta –tramposa, corre por mi cuenta- de la “mano de Dios” o porque tenemos presente tanto la guerra de Malvinas que implica un odio implacable hacia todo lo que pueda ser relacionado con lo anglo; si acaso cuando había ocurrido la beoda decisión del dictador de turno, él no había nacido; porque debe permanecer oculto de decir “soy inglés”.

Pero nuestra historia se ha desarrollado por ese camino, o bien vale decir que transcurrió por ese doble camino, el del versus; desde la época del virreinato hasta la actualidad, nuestro territorio (y lo señalo como territorio y no como Nación, porque demoró muchos años hasta ser la hoy República Argentina, que conocemos todos) fue el escenario de luchas fratricidas entre habitantes del mismo territorio, que solo era separado por un alambrado. Sin ir más lejos, siendo ellos “hermanos de leche” Rosas y Lavalle, fueron algunas de las cabezas del enfrentamiento que se desarrollaba durante décadas entre federales y unitarios, entre provincia de Buenos Aires y las provincias del interior, entre la Confederación y los unitarios; hasta que Lavalle fue derrotado en la batalla de Puente de Márquez y la posterior firma del Pacto de Barracas, deponiendo su lucha y entregando el poder al “Restaurador de las Leyes”.

Las divisiones han marcado a nuestro país, a nuestra sociedad; y han dejado profundas fracturas que en una especie de upgrade permanente, se renuevan esos quiebres día tras día, década tras década. Y entiendo que la pasión con la que emprendemos cada cuestión termina siendo más una actitud de inmadurez que no nos permite reflexionar entorno al pasado, presente y el futuro de nuestro país. Madurez que se necesita para recapacitar en torno a un proyecto de país; de no contar con tal actitud seria complejo llevar adelante cualquier ideal, cualquier aspiración.

Quizás aquella falta de sensatez, de buen juicio podría deducirse que es como consecuencia de nuestra joven y corta historia como país integrado, pero no es así, porque la inmadurez, la imprudencia ha permanecido antes y después de considerarnos una nación, hasta nuestros días. No se trata de una actitud adolescente de rebeldía; ya somos grandes y la inmadurez permanece en cada paso que damos y alimentamos los versus; y en cambio de trabajar apasionadamente por un futuro común y colectivo, esa pasión se focaliza en intereses antagónicos. ¿Qué es lo que sucede, entonces? la Argentina deja de tener sustentabilidad histórica y viabilidad política para construir un futuro.

Lamentablemente, tanta pasión adolescente y desenfrenada, y aquella insensatez trae como resultado, un país que aparentemente se encuentra unido y homogéneo, pero en su esencia hay intereses contrapuestos que luchan permanentemente en búsqueda de la supervivencia de uno solo. No hay lugar para intereses consensuados. Es blanco o negro, es federales o unitarios, no hay espacio para la convivencia de posiciones antagónicas, solo puede existir una sola.

Este ensayo no se trata de un mensaje pesimista y apocalíptico, sino de exponer y considerar nuestro camino recorrido con el fin de corregir las desviaciones que hemos tenido y que nos impiden (e impidieron) avanzar en pos de un objetivo en común y colectivo, y con perspectiva de progreso. Resulta necesario reflexionar al respecto de la pasión e inmadurez que termina siendo una argamasa que complica la construcción de cimientos firmes de crecimiento.

Una cuestión vale aclarar en términos de Vicente Massot, la “innata capacidad de adaptación” del argentino, que ha llevado al pueblo a tolerar años de decadencia sin alterar aquella pasión e inmadurez que mencionaba. Pero en paralelo con aquella flexibilidad argenta, se suma otra característica que menciona Marcos Aguinis, como la prodigiosa debilidad amnésica argentina que olvida elección tras elección la gestión de un determinado gobierno, que olvida el titular del domingo en menos de veinticuatro horas. Este amasijo de virtudes y/o vicios no ha permitido cementar la estructura mental del argentino, dejando huecos para que continúen emergiendo más versus que siguen obstaculizando y limitando un camino de futuro.

Sin lugar a duda aquella habilidad de adaptación frente a los distintos escenarios descriptos se convierte al final, en una suerte de permanente resiliencia que claro está, sirve para sobrevivir, pero no para avanzar. Porque sobrevivir solo ralentiza el andar por un camino.

Los versus han atravesado toda nuestra historia pretérita como hemos visto y también la contemporánea, ¿acaso el desarrollismo de Frondizi, basado en la inversión -especialmente- extranjera no fue un paso contrario al modelo del peronismo, de intervencionismo estatal y nacionalización?, y porque no considerar que décadas más tarde, surgido del mismo movimiento peronista y percibido como un arcaico caudillo provinciano, privatizo empresas estatales ineficientes como un representante del neoliberalismo más rancio; de aquella nacionalización de Perón, de los ferrocarriles propiedad de los ingleses a “…ramal que para, ramal que cierra…” de la Presidencia de Carlos Menem y su reforma del Estado.

Nuestro devenir histórico se ha alimentado de rivalidades hasta casi resultar obeso, como consecuencia de ello, lento y poco flexible. Manteniendo esos blancos y negros, aquellas son percibidas con sorpresa por un inglés, como un límite a avanzar. Como un derroche de energía por involucrar tanta pasión sin un objetivo común y único, sino alimentando un enfrentamiento de intereses, de posiciones. Andy se sorprende por la velocidad en que surgen debates, semana tras semana tenemos para charlar al respecto de cuestiones que invadieron la opinión pública y transcurren temas sin cesar, uno tras otro, pero sin llegar a darle una solución, pero claro está ya tomamos posición por un lado o por el otro, por lado A o el lado B.

Aquella pasión por la que nos jactamos, porque “somos el mejor público del mundo según los Rollin”, porque “la mano de Dios” fue una especie de venganza y revancha por nuestras Islas, porque “Dios es argentino,  y el Papa, también” y entonces consideramos que podemos hacer cualquier cosa, que el mundo nos tiene que respetar porque está implícito que sea así, porque somos argentinos; cuando nosotros mismos no nos respetamos. Entonces el escenario sigue siendo complejo, se mantiene en un status quo que se oxida con el tiempo, sin poder avanzar.

Aguinis expresa “Fuimos ricos, cultos, educados y decentes. En unas cuantas décadas nos convertimos en pobres, mal educados y corruptos. ¡Geniales!” …y yo agregaría: en casi doscientos años de historia ¡tontos!, porque no supimos aprovechar cada paso en falso, cada momento disruptivo, cada versus que se produjo para poder mejorar; y solo seguimos profundizando esa grieta -que no fue originada por la dupla Kirchner-Macri- que nace en nuestros primeros años de vida como país (para unificar un solo termino).

Arturo Jauretche en su zoncera N.º 12 sobre “política criolla – política científica”, hace referencia a Juan B. Justo, creador de la primera y señalaba que “…todo lo que venía de afuera era científico y lo que nacía adentro era anti-científico, es decir criollo, que es una manera más científica de decir “aluvión zoológico”, “libros y alpargatas”, o sea civilización y barbarie”. Sin dudar nuestra historia nos revela, ayudándonos a reflexionar, que nuestros antagonismos son como caer en el casillero de “pierde un turno” y así fue como sucesivamente fuimos “perdiendo turnos” y nos fueron retrasando continuamente. Impidiéndonos crecer y avanzar y dificultándonos un camino de progreso y por ende de ir forjando un futuro para las próximas generaciones. Es lo típico de la política criolla. Somos un gobierno de científicos; de Juan B. Justo a la era pandémica sin solución de continuidad en desarrollar versus.

En una carta de Carlos María de Alvear a su hijo Emilio, reflexionaba en relación con el proceso de mayo de 1810:

Todas las repúblicas de América han tenido el buen sentido de conservar los límites que heredaron de España (…) Entre nosotros ha sido todo lo contrario. Del Virreinato del Rio de la Plata se separó Bolivia teniendo una población de 85.000 blancos y un millón de indios… Se ha formado la Republica de Uruguay y cuando se declaró la independiente, su población no pasaría de 40.000 almas… Se ha hecho independiente el Paraguay cuya población no puede pasar de 150.000 habitantes… Lo más singular de estas separaciones ha sido que no sólo se han hecho con el contento y beneplácito de los que se han separado, sino también con el de los que quedaban formando la República Argentina (…) En nosotros se ha visto una tendencia a dividirnos y formar naciones independientes (mientras que en los norteamericanos) al contrario, a aumentarse y engrandecerse cada vez más. Otra consecuencia de la separación han sido las guerras que se han hecho pueblos que habían estado destinados a formar una nación. Ya hemos tenido una guerra con Bolivia, otra larga y tremenda con la Republica del Uruguay (…) Pero esto no tiene ya remedio y es preciso admitirlo como un hecho consumado.”

La Argentina, el argentino tan apasionado (e inmaduro), tan determinista forjado por ese proceso de versus, obstaculiza -a pesar de la capacidad de adaptabilidad- permitirse un escenario consensuado donde todos los intereses y todas las demandas puedan ser atendidas sin descartar a uno en particular. Entonces se produce lo que describo como que nuestro país no progresa por no tener sustentabilidad histórica, es decir nuestra tradición, nuestro pasado no concede fuerzas (ayuda) a nuestras instituciones y a nuestros dirigentes, tornándolos débiles ante cualquier eventualidad y volvemos a fallar. Es nuestro folclore, una especie de relato inconcluso e incoherente que no alcanza a colaborar con el objetivo de una Nación.

Y por otro lado, tampoco tenemos viabilidad política, porque nuestros gobernantes y porque no, los ciudadanos de a pie (también son responsables) no participan para que un proyecto de país sea viable, no existe interrelación y colaboración de manera transversal entre ambos actores, no existe un análisis de las decisiones a tomar y sus potenciales impactos, solo son espasmódicas y sin consenso. En la actualidad, inclusive podemos establecer la necesidad y determinar una mayor cantidad de actores al momento del diseño de una política pública: gobierno, ciudadanos, organizaciones del tercer sector y la parte privada. Hoy, si no se cuenta con ese consenso a la hora del diseño, seguramente vamos a tener una política publica fallida.

Y ante este escenario, de aguante argentino (resiliencia) tan apasionado, y volviendo a mi clase de inglés, no me queda otra que decirle a mi interlocutor: ¡estamos vivos de milagro!

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